Rafael Molina Sánchez, (1841-1900) conocido en la galaxia taurina como “Lagartijo”,
fue un diestro cordobés, el primero de los llamados “Califas del toreo”, que personificó la elegancia en la torería. De
tal manera fue así que con él, los cronistas de la época, en inusual acuerdo,
empiezan a hablar ya de “arte” cuando se refieren a la actividad taurómaca.
Además de un periodo de 14 años en el que aprendió a torear y en el que se
le pudo ver sucesivamente como becerrista y subalterno, actuó durante 28
temporadas como matador profesional, estoqueando durante ese tiempo 4.687 toros
en las 1.632 corridas en las que hizo el paseíllo. Aunque buena parte de esos
festejos tuvo lugar en Madrid (primero en la plaza de la Puerta de Alcalá y a
partir de 1875 en el solar de lo que hoy es el Palacio de los Deportes), hay
que entender que unas 60 corridas al año durante tanto tiempo es una cifra
excepcional, sobre todo en una época en la que el medio de transporte más
frecuente seguía siendo la diligencia.
“Lagartijo” era un hombre sencillo y sin grandes complicaciones. Su
monumento funerario, que está en el cementerio de Córdoba y que indica sólo
“Propiedad de Rafael Molina Sánchez”, fue obra de su paisano el escultor Mateo
Inurria que, además, tuvo el acierto de sacar una mascarilla del rostro y de
las manos del torero ya muerto que se conservan en el Museo Taurino de Córdoba.
Mateo Inurria fue también el autor de la estatua ecuestre del Gran Capitán que
preside la plaza de las Tendillas, auténtico centro de gravedad de esa ciudad andaluza.
Parece ser que el escultor, para modelar el rostro de Gonzalo Fernández de
Córdoba, utilizó la mascarilla facial del torero. Sin embargo hay quien dice
que eso no es cierto, porque en el Museo de Bellas Artes cordobés hay un busto
de “Lagartijo”, obra del propio Inurria, y las facciones parece que no coinciden.
Bueno; acaso no es igual el rostro de un hombre en plenitud vital que el de ese
mismo hombre yerto y exangüe.
El diestro contrajo nupcias con Rafaela Romero Renedo, con quien no tuvo
hijos y de la que enviudó relativamente joven aunque ya retirado.
Tras tan luctuoso hecho, el padre de la difunta reclamó la parte legítima
de la herencia, que le correspondía por haberse constituido el matrimonio en
régimen de gananciales y haber muerto ella, como se ha dicho, sin
descendientes.
“Lagartijo” se fue a Madrid a hablar con su asesor jurídico, que era el afamado
jurisconsulto (y amigo suyo) Alonso Martínez, que se vio obligado a decirle
que, en efecto, su suegro tenía legalmente razón.
“Entonces, Don Manuel, –respondió el torero- lo que me está diciendo es que
mientras yo estaba jugándome la vida en el ruedo y mi suegro estaba en la
barrera fumándose un puro ¿Estábamos toreando al alimón?”
Para los no muy versados en las suertes taurinas añadiré que torear “al
alimón” es hacerlo entre dos personas, tomando cada una de ellas un extremo del
capote de brega y haciendo pasar a la
res entre ambos toreros y por debajo del mismo.
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