Fray Juan de San
Gregorio, que fue un fraile jerónimo que trabajó en la construcción del
Monasterio de El Escorial entre los años 1562 y 1590 con el cargo, más o
menos,
de contador, escribió unas memorias muy aburridas. De entre ellas he
espigado
esta anécdota que el fraile narra sin venir demasiado a cuento, pero que
a mí
me parece bastante divertida.
Es el caso que en la
villa abulense de Madrigal de las Altas Torres (debía ser en 1579), se
decidió
hacer el auto de una pasión viviente para Semana Santa. Pero resultó que
el
mejor actor del pueblo, a quien correspondía impepinablemente el papel
de
Cristo, era un deudor condenado que, para no caer en manos de la
justicia, se
había refugiado “en sagrado”.
En aquella época, los
delincuentes que se acogían al asilo de una iglesia no podían ser
detenidos mientras
se mantuviesen dentro de ella. Como no es fácil definir lo que es el
ámbito de
la iglesia, los templos cercaban con cadenas el terreno que gozaba de
ese
privilegio, de manera que cuando vemos iglesias así ceñidas debemos
entender que la parte interior de los
límites que marcaban las cadenas (el dextro) se consideraba ya “sagrado”
y, por
tanto, territorio exento de la jurisdicción laica.
El escenario para la
representación debía instalarse fuera de la iglesia para que lo viese
todo el pueblo,
pero claro, si el “actor-deudor-mesías” salía, la justicia le echaría
mano.
Para obviar esa dificultad al cura se le ocurrió hacer el escenario en
los
jardines de la parroquia que estaban en el interior de las cadenas, pero
como
no había espacio suficiente para el desarrollo de la acción, el tablado
quedó
en su mitad interior en “sagrado” y en su mitad exterior en terreno
franco y
sin trabas para la ley civil. El Cristo debería hacer su papel pero
cuidándose
de no salir a la parte externa del escenario, pues los guindillas
podrían
detenerle allí.
Se enteró de todo esto
el alguacil y acordó con alguno de los artistas que, en cierto momento,
pegase
un empellón al Cristo de forma que cayese del tablado hacia fuera del
dextro.
¿Qué actor se avino a realizar tal bellaquería?: no podía ser otro que
el que interpretaba
a Judas.
Así que durante la
función, el Judas cumple eficazmente lo pactado y el alguacil, en cuanto
ve al
Cristo caído en su jurisdicción, le trinca.
Pero viendo San Pedro
(tampoco podía ser otro) que se llevaban preso al Señor, con un gran
cuchillo
que traía cerró contra el aguacil al que de un golpe corta la nariz
(hubiese
sido más bonito que le hubiese cortado la oreja, pero bueno) y de otro
le parte
la mandíbula. Luego, volviéndose contra Judas, de otro tajo le abrió
media
cabeza.
Cuando se vio el juicio
por todo lo ocurrido, su señoría condenó al Judas “por la bellaquería
que había
hecho”, a 200 latigazos y a galeras (no dice cuanto tiempo); el Cristo
podía
volver a la Iglesia a continuar su refugio y el San Pedro “porque
defendió bien
al Cristo”, quedó en libertad. Y aunque Judas, una vez curado de la
sajadura,
apeló la sentencia, la Real Chancillería de Valladolid la ratificó en
todos sus
extremos.
Emocionante y divertido.
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