sábado, 23 de marzo de 2013

PASIÓN VIVIENTE

Fray Juan de San Gregorio, que fue un fraile jerónimo que trabajó en la construcción del Monasterio de El Escorial entre los años 1562 y 1590 con el cargo, más o menos, de contador, escribió unas memorias muy aburridas. De entre ellas he espigado esta anécdota que el fraile narra sin venir demasiado a cuento, pero que a mí me parece bastante divertida.
Es el caso que en la villa abulense de Madrigal de las Altas Torres (debía ser en 1579), se decidió hacer el auto de una pasión viviente para Semana Santa. Pero resultó que el mejor actor del pueblo, a quien correspondía impepinablemente el papel de Cristo, era un deudor condenado que, para no caer en manos de la justicia, se había refugiado “en sagrado”.
En aquella época, los delincuentes que se acogían al asilo de una iglesia no podían ser detenidos mientras se mantuviesen dentro de ella. Como no es fácil definir lo que es el ámbito de la iglesia, los templos cercaban con cadenas el terreno que gozaba de ese privilegio, de manera que cuando vemos iglesias así ceñidas debemos entender  que la parte interior de los límites que marcaban las cadenas (el dextro) se consideraba ya “sagrado” y, por tanto, territorio exento de la jurisdicción laica.
El escenario para la representación debía instalarse fuera de la iglesia para que lo viese todo el pueblo, pero claro, si el “actor-deudor-mesías” salía, la justicia le echaría mano. Para obviar esa dificultad al cura se le ocurrió hacer el escenario en los jardines de la parroquia que estaban en el interior de las cadenas, pero como no había espacio suficiente para el desarrollo de la acción, el tablado quedó en su mitad interior en “sagrado” y en su mitad exterior en terreno franco y sin trabas para la ley civil. El Cristo debería hacer su papel pero cuidándose de no salir a la parte externa del escenario, pues los guindillas podrían detenerle allí.
Se enteró de todo esto el alguacil y acordó con alguno de los artistas que, en cierto momento, pegase un empellón al Cristo de forma que cayese del tablado hacia fuera del dextro. ¿Qué actor se avino a realizar tal bellaquería?: no podía ser otro que el que interpretaba a Judas.
Así que durante la función, el Judas cumple eficazmente lo pactado y el alguacil, en cuanto ve al Cristo caído en su jurisdicción, le trinca.
Pero viendo San Pedro (tampoco podía ser otro) que se llevaban preso al Señor, con un gran cuchillo que traía cerró contra el aguacil al que de un golpe corta la nariz (hubiese sido más bonito que le hubiese cortado la oreja, pero bueno) y de otro le parte la mandíbula. Luego, volviéndose contra Judas, de otro tajo le abrió media cabeza.
Cuando se vio el juicio por todo lo ocurrido, su señoría condenó al Judas “por la bellaquería que había hecho”, a 200 latigazos y a galeras (no dice cuanto tiempo); el Cristo podía volver a la Iglesia a continuar su refugio y el San Pedro “porque defendió bien al Cristo”, quedó en libertad. Y aunque Judas, una vez curado de la sajadura, apeló la sentencia, la Real Chancillería de Valladolid la ratificó en todos sus extremos.
Emocionante y divertido.

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